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ATALAYA DE ALBERCUIX

Carretera de Formentor, Ma 2210

UNO DE LOS PRINCIPALES PUNTOS DE VIGILANCIA DE FINALes DEL SIGLO XVI Y PRINCIPIOs DEL XVII

LA ATALAYA DE ALBERCUIX, SITUADA A 380 METROS SOBRE EL NIVEL DEL MAR, FORMA PARTE DEL SISTEMA DE TORRES FORTIFICADAS Y ARMADAS QUE SE CONSTRUIRON EN MALLORCA ENTRE FINALes DEL SIGLO XVI Y PRINCIPIOs DEL XVII ANTE EL AUGE DE LAS ACCIONes de piratería que se VIVIeron EN EL MEDITERRÁNEO.

Las fabulosas vistas de las que se disfruta desde este lugar, desde el que se pueden ver el cabo de Formentor, el islote del Colomer, la bahía de Pollença, la Sierra del Cavall Bernat y el resto de la Serra de Tramuntana, lo convirtieron en uno de los puntos de vigilancia y defensa del litoral contra los barcos pirata que a menudo llegaban a estas costas y que sometían a las poblaciones locales a todo tipo de saqueos.

Hasta que no se construyó la Atalaya de Albercuix, las tareas de vigilancia y defensa se realizaban mediante vigías durante el día y escuchas durante la noche, si bien este sistema era poco efectivo ya que estas personas no sólo no contaban con los medios necesarios para hacer llegar un aviso de peligro rápidamente, sino que, en muchas ocasiones, morían a manos de los atacantes sin ni siquiera darse cuenta del peligro, al encontrarse totalmente desprotegidos.

Gracias a este nuevo sistema de atalayas, ideado por Joan Binimelis (1), si desde esta u otra torre se vislumbraba un peligro se emitirían señales de humo durante el día o de fuego durante la noche, que se transmitirían de una torre a otra hasta conseguir llegar a la ciudad de Palma, en el extremo opuesto de la isla, en poco más de media hora, de modo que desde la ciudad se podían enviar parte de las tropas que allí se concentraban.

En cualquier caso, este sistema de alarma hacia las dos grandes ciudades mencionadas se complementaba con el envío a pie o a caballo de otras personas a las localidades más cercanas, como Inca, sa Pobla o Campanet, donde los hombres de armas se desplazaban rápidamente a la localidad atacada para prestar su apoyo lo antes posible y poder repeler así los ataques.

Para garantizar una vigilancia costera constante desde las atalayas se decidió profesionalizar a los torreros, pero esta medida no obtuvo el éxito esperado ya que algunos aprovechaban sus largas estancias en la atalaya para trabajar en campos agrícolas cercanos y complementar así su sueldo. Así, ya en el siglo XVIII se publicaron unas ordenanzas que obligaban a los torreros a permanecer en su lugar en todo momento y a cumplir una serie de normas que aseguraran la eficacia de este sistema.

Fin de la piratería

Estas torres fueron utilizadas para la vigilancia costera hasta que, en el siglo XIX, las acciones de los piratas berberiscos en el Mediterráneo empezaron a remitir, debido al control por parte de Gran Bretaña, España y Francia, y muy especialmente después de la ocupación por parte de este último país de Argelia en 1833. Esto supuso la entrada en desuso de la mayoría de estas atalayas fortificadas, si bien algunas se mantuvieron para vigilar las actividades de contrabando.

Ya durante las dos guerras mundiales y la guerra civil española (1936-39), la Atalaya de Albercuix fue utilizada como observatorio estratégico, actividad de la que quedan como testigos varios dibujos de aviones en sus paredes y algunas instalaciones militares abandonadas. El camino de estas instalaciones fue construido por los prisioneros de guerra del bando republicano durante la guerra española, que fueron encerrados en un campo de concentración situado cerca de la atalaya.

(1) Joan Binimelis: (1538-1616) Fue una de las grandes personalidades de la historia de la isla de Mallorca, ya que representaba la figura del hombre del Renacimiento, interesado por disciplinas tan diversas como la Medicina, la Geografía, la Literatura, la Astronomía, las Matemáticas y la Historia, además de ser sacerdote. Es conocido, sobre todo, por su Historia nueva de la Isla de Mallorca, considerada la primera historia del reino de Mallorca y que constaba de siete libros que escribió en catalán y él mismo tradujo al castellano, si bien sólo se ha conservado la traducción castellana, puesto que la versión original en catalán se perdió. A pesar de su importancia, su obra permaneció manuscrita hasta una primera impresión realizada en 1825.